viernes, 11 de abril de 2014

Tijeras

Por Br. Valeria Sáenz Chaires


Era una tarde lluviosa, de aquellas que te hacen entrar en un estado de melancolía, en la que tu vida transcurre como los granos en un reloj de arena, aquellas en las que se necesita un abrazo que abriga para no perder la cordura.

Alex deseaba escapar; las situaciones del día anterior lo hicieron caer en la profundidad de un ataúd, sentía que su vida se le escapaba como el agua inasible entre sus dedos.

Salió, ya  no podía permanecer en esa habitación. El tic tac del reloj cucú era como campanadas que martillaban en lo más escondido de su cerebro, sonido del cual no podía escapar por más que corría.

En la calle, el agua caía sobre sus hombros y el viento invisible para él pegaba tan fuerte en su rostro que lo hacía sentir vivo…no podía creer la crueldad de la ambición humana.

Cuando la lluvia empeoró, buscó refugio y el brillo de sus binoculares señalaron un restaurante llamado  el coco flotante, pero al percatarse de  que no tenía dinero para comer (su estómago rugía exigiendo alimento) decidió tocar algo con su guitarra desafinada y su plumilla de la suerte, podía ser estruendoso pero junto a su voz creaba una armonía tan delicada que uno se sentía navegar en las aguas de Venecia.

En los 3 minutos que duró la canción, alcanzó tocar la inmortalidad  con sus dedos, pero cuando los aplausos terminaron con el silencio de la nota final, los recuerdos se agolparon en su mente y no pudo más que huir.

El día había transcurrido normal, salido de un sueño increíble;  pero ahí ante las miradas de todos, ante un ruido que para él era ensordecedor, recordó todo lo que había sepultado en el interior de su memoria.

La recordó a ella, con sus labios rojo fresa, el idealismo de un cronopio y una melodía de rock en inglés en su cabeza, era ella. Cuando la vio  en la parada del autobús, y sus miradas se cruzaron, fue como una conexión de bluetooth que ingresó su figura y la grabó en su corazón.

Margarita era bella, sus gustos eran tan compatibles ¿quién más disfrutaba de tortillas con frijol en una sucia sartén acompañada de un helado de maracuyá como desayuno? Nadie, era obvio que eran el uno para el otro.

Alex solía pensar en un viaje por el mundo, ir a Australia para ver  los canguros a los que Margarita soñaba conocer o ir al encuentro del Lamassú , personaje que ella tenía tatuado en su espalda y que Alex solía observar mientras ella dormía. Sí, eso era destino. Eso era amor.

Es por eso que cuando atravesó la puerta cuya textura porosa conocía tan bien, y la vio sentada, leyendo acerca del arca de la alianza, no podía creer la expresión de horror en su rostro,  los gritos, no entendía porque ella gritaba: “¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste?” No.  El rechazo lo enloqueció y tomó las tijeras de la mesa y dio fin a sus gritos.  Fue tan fácil como cortar un pedazo de cartón. Fue tan fácil como tener una ilusión rota.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario