Hablar de Egipto significa hablar del poder de un imperio,
de los gloriosos faraones y sus arquitectos que se encargaron de la
construcción de templos, esculturas y pinturas que plasmaban su poderío.
Solo para darnos una idea del poder de un solo faraón es
considerar la monumentalidad de sus obras, la cantidad de personas, esfuerzo y
capital que se necesitaba para mover las piedras que darían origen a sus
expresiones arquitectónicas y escultóricas.
Si pensamos en otras culturas observaremos que no existen
otras que destinen tantos recursos a la creación de la morada mortuoria de sus
gobernantes. En Egipto esto es diferente ya que al considerar al faraón como
una divinidad que al morir debía regresar al cielo del cual bajo, era necesario
otorgarle el recinto adecuado a su importancia y que además le sirviera de
puente entre el mundo terrenal y el divino.
Pero el faraón no podía marcharse solo, así que en épocas
oscuras el faraón era acompañado a la
muerte por su familia y sirvientes los cuales eran asesinados y enterrados
junto a él. Sin embargo este ritual resultaba costoso y nada práctico, por lo que fue sustituido por pinturas que tenían
la misma función: acompañar al faraón en su morada del otro mundo.
Con esto surgió un arte en el cual la belleza no era el fin
ya que estas obras no fueron creadas para ser observadas. Se caracterizaban por
una rigidez en las formas, en la que predominaba la geometrización unida a la
observación de su entorno, ya que plasmaban los rasgos más característicos de
lo que deseaban plasmar.
Un aspecto importante es el significado en sus obras, ya que
su arte tenía como fin relatar la historia de una persona, sus glorias y
títulos; para esto utilizaban símbolos como la diferencia de tamaños entre los
personajes importante y los demás.
La naturaleza fue fuente de inspiración y sus trazos
asemejaban tanto la realidad, que en la actualidad con tan sólo ver sus dibujos
somos capaces de identificar a las
especies tanto vegetales como animales. La forma estilizada y el color se unen
un ser que pareciera saltar del muro y cobrar vida.
Este hecho no fue al azar, si bien eran habilidosos, ningún
trazo, ninguna forma fue producto de la coincidencia. Todo era planeado, antes
de realizar el dibujo se trazaba una cuadrícula a partir de la cual se
disponían todas las formas.
Un aspecto distintivo de las representaciones egipcias es la
perspectiva en la cual lo que importaba era representar las cosas desde el
punto que permitiera reconocerlo, desde el punto que permitiera plasmar mayores
rasgos distintivos.
Es por eso que somos capaces de ver su cabeza y piernas de
perfil, mientras que el torso permanecía de frente, esta multitud de
perspectivas en una misma representación dependía de la facilidad con la que se
podían realizar así como lo que se pudiera visualizar.
Esto es parte del estilo egipcio, es decir, de aquellas
reglas estrictas que permiten diferenciar la pintura, escultura y arquitectura
de los egipcios de la de otros pueblos. Dichas características, en el caso de
esta cultura variaron muy poco a lo largo de los milenios que duró su imperio.
La única excepción a esto se remonta a Amenofis IV el cual
hizo grandes cambios a la representación egipcia. Por ejemplo la representación
entre el faraón y su esposa mediante la
diferencia de alturas se elimina ya que eran del mismo tamaño. También las
formas y geometrización son modificadas siguiendo el patrón de los griegos en
el que mostraban el dinamismo de las formas.
Sin embargo, este estilo no duró ya que todo fue restablecido
más tarde, permitiendo que este imperio siga creciendo.
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